Para muchas mujeres de hoy la maternidad es una opción que puede y debe esperar. Antes de los hijos están los estudios, la profesión, los viajes y todo un mundo por vivir. En nuestros días la maternidad es un asunto que concierne más a la madurez que a la euforia de los años mozos.
Sin embargo, nos sigue sorprendiendo el número cada vez mayor de mujeres que terminan siendo madres en plena adolescencia. Según datos de Profamilia, las niñas que ingresan a su programa de madres adolescentes oscilan entre los 16 y los 17 años, sin descontar los casos de niñas madres a los 14 y 15 años. El asunto no se reduce a la cultura o a las condiciones socioeconómicas o a los niveles de educación y se trata en últimas, de una problemática que sigue generando violencia familiar y que le sigue cambiando el rumbo a la vida de muchas mujeres.
El PAMA, que es el programa de Profamilia orientado a las madres y a los padres adolescentes, ofrece a los adolescentes un espacio de atención integral, encaminada a asumir la maternidad de una mejor manera. Dentro del programa está muy claro que la participación masculina es un elemento clave si de corregir errores se trata. Brindar una atención integral, que contemple aspectos como la afectividad, la aceptación y la adaptación a los cambios que se vienen encima es el objetivo de este programa.
La misión está encaminada en dos direcciones. Por un lado lograr que las madres adolescentes tengan las mismas expectativas de vida que cualquier otra joven. En el mismo orden asegurarles a los niños de madres jóvenes una buena calidad de vida y un ambiente sano emocional y psicológicamente. El otro eje de trabajo debe estar dirigido a la prevención, que en realidad es algo más que la famosa educación sexual que hoy se imparte en los colegios. El verdadero secreto de la prevención está en la formación de valores y afectos más que en la información que los chicos puedan recibir. Una equilibrada combinación de afecto y oportunidades nos dará jóvenes seguros y responsables. Se trata de una labor que concierne a padres, maestros y también claro, a los contenidos que vemos a diario en los medios de comunicación, con miras a lograr una maternidad más justa y una adolescencia más sana.
Aunque nos parezca sorprendente, este tema no es exclusivo de nuestros países. Durante 1990, el 12.5% de los nacimientos corresponden a madres menores de 18 años. Se calcula que a los veinte años, el 40% de las mujeres blancas y el 63% de las mujeres negras habrán experimentado por lo menos un embarazo.
En nuestro país los datos nos indican que las niñas empiezan su sexualidad alrededor de los 16 años, edad que coincide con la de la primera gestación. Queda claro entonces, que a pesar de todo, algunos mitos, como que en la primera relación no hay riesgo de embarazo, siguen vigentes. Entre los adolescentes que mantienen relaciones sexuales aproximadamente un 17.5% vive una maternidad temprana. De ese porcentaje un 44% cursa estudios secundarios, un 18% estudian primaria o están en la universidad y tan solo un 8% no tiene ningún tipo de escolaridad.
En cuanto al estado civil de las madres más jóvenes, encontramos que un 65% son solteras, un 25% vive un unión libre y un 10% tiene un vínculo matrimonial. En la mayoría de los casos, las mujeres han tenido, o tienen un solo compañero sexual, que es el mismo padre del bebé. Tan solo en casos de chicas con antecedentes de drogadicción y prostitución, el número de compañeros se eleva a tres.
Lo sorprendente, en tiempos de educación sexual y sexo sin tabúes, es que un 32% de los jóvenes que han llegado a Profamilia no utilizan ningún método anticonceptivo, solo un 26% utiliza condón. Métodos tradicionales como el ritmo y el coito interrumpido siguen teniendo mucha acogida entre los muchachos, que dependen más de la suerte que de la verdadera eficacia de estos métodos. Alrededor de los anticonceptivos hormonales siguen existiendo falsas creencias y mitos que impiden un uso regular de la píldora.
Aunque un número mayor de casos se registra en niveles socioculturales bajos, esta es una problemática que afecta a jóvenes de la gama social. La diferencia estriba en que para las familias con posibilidades económicas, un embarazo inesperado no cambia trascendentalmente la vida del grupo familiar. La niña seguirá estudiando, la señora del servicio tendrá que hacer un poco más de oficio, y los padres seguirán trabajando para mantener una familia con bebé a bordo. Esta no es la suerte de la mayoría de las adolescentes, que ante un embarazo no tienen otra opción que asumir el maltrato familiar, casarse si es que pueden y quieren, o entrar a hacer parte de la explotada fuerza laboral de nuestras ciudades. Todo eso con el impacto psicológico y social que mamá y bebé puedan sufrir en una situación tan difícil.
Es importante anotar que a nivel físico las madres adolescentes afrontan más riesgos de salud que aquellas mujeres que tienen hijos después de los veinte. Hemorragias, anemia, hipertensión, aborto y nacimiento prematuro son algunos de los riesgos que rondan a las madres adolescentes. Para los bebés el panorama no es mejor. Los hijos de madres muy jóvenes tienen más riesgos de ser prematuros, y el riesgo de muerte antes de los cinco años aumenta en un 28% frente a los hijos de mujeres entre los 20 y los 29 años.
El tema de la maternidad temprana nos preocupa a todos. La paradoja es que para nuestros tiempos, el tema de la anticoncepción y el manejo de la sexualidad deberían estar más que superados. Los hechos nos demuestran que no es igual, y que por el contrario, estamos muy lejos de lograr una sexualidad sana y responsable, no solo entre nuestros jóvenes sino entre nosotros mismos.
Nos encontramos aún con actitudes que creíamos erradicadas sobre la maternidad, los roles y la sexualidad de pareja. Al respecto, la Secretaría de Salud realizó un estudio con jóvenes de Ciudad Bolívar tomando como muestra base cuatro grupos de jóvenes. Hombres y mujeres, escolarizados y no escolarizados. En los hombres escolarizados la actitud es demostrar que tienen todo el conocimiento necesario para llevar a sus compañeros a la relación sexual. Sin embargo, en el momento crucial olvidan todo lo que sabían y deciden olvidar las promesas de responsabilidad que antes se habían hecho. Para los muchachos que no están escolarizados la situación se convierte en toda una contradicción. Para ellos es importante la conquista de la mujer ideal, aquella virtuosa que no cede a las pretensiones sexuales, pero también es necesario tener una vida sexual que le permita afirmarse, así no sea con la mujer de sus sueños. Por más que lo intentemos, la división entre cuerpo y alma, bien y mal, sigue presente en la mente de las nuevas generaciones, haciendo mella al momento de asumir la vida sexual.
Para las niñas escolarizadas el despertar de la vida sexual en pareja se convierte en todo un momento de confrontación. Sobre ellas pesa la responsabilidad de cumplirle a padres y amigos, y también la necesidad de conservar el afecto de su compañero, a través claro, de la sexualidad. Las chicas que no estudian sufren el síndrome de "la bella durmiente", siempre en espera del príncipe azul que las sacara de la vida que llevan. Unos u otros son el caldo de cultivo para generar situaciones en las que el embarazo se vuelve la piedra de choque o la tabla de salvación. En todo caso, siempre hay una correlación con las expectativas de vida y con las opciones que a los jóvenes se les ofrece en nuestras comunidades. Ante las imposibilidades y las puertas que se cierran, la maternidad se ofrece como un símbolo de estatus, como un mecanismo para establecer hogar y eludir la realidad que se vive.
Es usual que entre los casos de maternidad adolescente encontremos historias de familias disgregadas y de madres, que a su vez, tuvieron sus hijos en la adolescencia. Mujeres que han sido madres demasiado jóvenes tienen más probabilidades de tener un número mayor de hijos durante su vida. Y a su vez, las hijas de madres adolescentes tienen muestran tendencia a ser madres precoces. Las historias se repiten y el círculo se convierte en un detonante del núcleo familiar.
Una de las razones más claras de este calco de historias es la tendencia de los padres a librar de responsabilidades a los padres adolescentes. En el mejor de los casos, la niña que ha sido madre seguirá asistiendo al colegio y su madre, asumirá el papel de guía en todo lo que tenga que ver con la crianza del nuevo niño. Los padres terminan suplantando a la madre y tomando las decisiones importantes en la educación y la formación del nieto. Mamá e hijo se terminan de criar como hermanitos y el objetivo, ejercer la maternidad con todas sus implicaciones, se habrá perdido. Quizá por esta razón muchas de las jóvenes que han sido madres solo empiezan a tomar medidas anticonceptivas después del segundo embarazo. Entre tanto la impresión es que a la joven madre le rodea un aura mágica que no le permitirá estar embarazada de nuevo.
Los adultos miran con preocupación, y con ojos de censura, la actividad sexual de los jóvenes, que cada día es más temprana y más regular de lo que se cree. Sin embargo, a la hora de ofrecer información adecuada, de fomentar valores y de guiar a los chicos en su desarrollo sexual, todo el mundo sale corriendo.
No es para menos, si tenemos en cuenta que la educación sexual no es solo un asunto de niños y adolescentes. En realidad, no se le puede pedir a los jóvenes una actitud seria y responsable frente al sexo cuando los mismos adultos se encuentran desorientados y confundidos con el tema.
Los estudios más recientes nos demuestran que en materia de sexo las cosas no han cambiado mucho. Seguimos aferrados a mitos y taras culturales que no solo nos impiden el disfrute de una dimensión tan importante como la sexual, sino que nos conducen a asumir conductas de riesgo que ponen en peligro la vida misma.
"Los y las jóvenes hallan en su sexualidad una manera de afianzarse, de encontrar un lugar en el que identificarse, un motivo para hablar y ser admirados, de validar su rebeldía e independencia". Es tan solo una de las conclusiones a las que llega el estudio sobre sexualidad juvenil titulado "Dinámicas, ritmos y significados de la sexualidad juvenil" elaborado por el programa La Casa de la universidad de Los Andes en asocio con el Ministerio de Educación, el Ministerio de Salud, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la fundación Antonio Restrepo Barco.
Para el grupo juvenil es sinónimo de estatus y de identificación social el mantener una actividad sexual temprana y regular. Aspectos como el riesgo de embarazo y el contagio de enfermedades como el SIDA y las ETS se presentan como realidades ajenas a sus vidas o como riesgos que forman parte del proceso de individuación propios de su desarrollo. Para ellas tener relaciones sexuales con el novio es una forma de legitimar la relación de pareja y afianzar el compromiso, mientras que para ellos es una manera de satisfacer una necesidad natural y de paso demostrar hombría ante los pares, satisfacer la curiosidad y ganar experiencias.
Uno de los objetivos principales de la investigación era indagar sobre la actitud de los jóvenes frente al uso de los métodos de anticoncepción. Más aún si tenemos en cuenta los resultados que al respecto ofrece la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, 2000, llevada a cabo por Profamilia.
Por un lado el estudio demuestra que las mujeres han aumentado el uso de métodos anticonceptivos, se habla de un 77% de mujeres en unión y de un 84% de mujeres no unidas que tienen algún tipo de método para planificar, pero se resalta que por el contrario, la tasa de fecundidad entre las adolescentes, entre 15 y 19 años, ha venido aumentando. Es decir, mientras las mujeres adultas han tomado conciencia de la necesidad de planificar y planear la llegada de los hijos, en caso de optar por la maternidad, las jóvenes siguen accediendo a la maternidad en medio de una situación de ignorancia y desprevención.
Las cifras alarman. El 15% de las adolescentes han sido madres y un 4% están embarazadas por primera vez. Un 19% de adolescentes madres no es para tranquilizarse sobre las dinámicas en las que se mueven los jóvenes alrededor de la sexualidad.
Así pues, se percibe en los jóvenes una actitud renuente frente a la planeación y la planificación de las relaciones sexuales. Se parte de axiomas que indican que el elemento sorpresa forma parte del encanto del momento y para corroborarlos no dudan en afirmar que todo lo planeado sale mal. Planificar implica además, quedar en evidencia ante la familia, y los adultos en general, pero sobre todo supone hablar con la pareja sobre las relaciones sexuales. Y he aquí, precisamente el problema.
Aparte de todo no existe una percepción de la maternidad como un asunto grave, sino que se le asocia a una posibilidad de afirmación y de instauración formal de las relaciones de pareja. En espacios sociales donde las posibilidades de educación y los proyectos de vida se reducen al máximo, la maternidad se sigue viendo como un valor fundamental y por lo tanto la mujer madre gana un lugar de reconocimiento en la comunidad. La preocupación, en caso de embarazo, gira sobre la capacidad económica para mantener al hijo y sobre el apoyo de la familia.
El riesgo se plantea como una forma propia de vivir la vida por parte de los jóvenes, como una manera de diferenciarse de los adultos y de afirmarse en el proceso de crecimiento. Los comportamientos de riesgo, por lo tanto no se evaden sino que por el contrario, se buscan y se alardea de ellos. "Aprovechar el papayazo" parece ser la consigna bandera bajo la cual se llevan a cabo las relaciones sexuales haciendo caso omiso, no solo de las probabilidades de embarazo sino del contagio de enfermedades como el SIDA.
"La forma de comprender y significar los riesgos se ve matizada por las normas grupales y de género tanto como por las dinámicas de poder". Por un lado están las presiones propias del grupo de pares, empezar temprano la sexualidad, aprovechar cualquier oportunidad, y por otro, la presión y la censura que de la sexualidad juvenil hace el mundo de los adultos.
Por eso, realidades como el SIDA y las ETS, se siguen viendo como riesgos que a ellos no les corresponden. En parte por una campaña de los medios maníquea que asimilaba SIDA a grupos de riesgo, y en parte por una actitud de censura y rechazo frente a las conductas sexuales que "aparentemente" implica el contraer el SIDA. Es entonces cuando el uso del condón queda en entredicho, pues se piensa que basta con tener una pareja estable, y meterse con "gente decente" para estar libres de todo riesgo.
Frente al uso del condón parece que nadie se ha puesto de acuerdo. Por un lado existe una actitud positiva frente a la propuesta de la pareja de usar condón durante la relación, mientras que por otro existe un rechazo pues se asocia con conductas sexuales indebidas como promiscuidad u homosexualidad. La ignorancia sobre el uso correcto hace que además, se dude de su efectividad y se fije la atención en los aspectos incómodos que genera su uso. Sea como sea, aquellas parejas que usan condón buscan más evitar un embarazo que un contagio.
Esta contradicción se ratifica en el estudio de Profamilia, que demuestra que el conocimiento sobre el SIDA es casi universal, 99%, pero a pesar de ello existe un gran desconocimiento sobre las formas de contagio y la prevención. Es revelador que el 62% afirma que la manera de evitar el SIDA es con el uso del condón, mientras que un 31% dice que la clave está en no ser promiscuo; un 12% dice que lo mejor es no tener relaciones sexuales y un 2% se refiere a no tener relaciones con prostitutas; otro "2% habla de evitar las relaciones con homosexuales mientras que un 21% trata de evitar las transfusiones de sangre. Es alarmante que un 42% de las personas entrevistadas no sabe nada acerca de las enfermedades de transmisión sexual.
Por un lado u otro, las mujeres siguen siendo las más vulnerables a la hora de asumir una posición frente a su sexualidad. Las jóvenes se debaten entre adherirse a un sistema de valores modernos y unos tradicionales. Las mujeres pues, son ahora mucho más activas al momento de identificarse con un rol sexual y eso es algo que resiente a los hombres aún incluso entre los más jóvenes y "liberados".
Es muy sintomático que valores como la virginidad se encuentren en medio de dos bandos tan radicales como contrarios. Para muchos, la virginidad sigue siendo un bien preciado, y quitarla es un mal que se le hace a la mujer. Para otros, por el contrario, la virginidad enferma y es necesario deshacerse de ella a toda costa y como sea.
Esta contradicción es tan solo un reflejo de la desorientación que reina en el plano de la sexualidad en nuestra cultura colombiana. Adultos y jóvenes estamos abismados ante la avalancha de cambios de género, de valores, de conductas y de realidades físicas y culturales. Es necesario pues, seguir pensando y repensando la forma como entendemos y vivimos la sexualidad, para entender que tan sana o enferma son nuestras conductas culturales.
Es hora pues, de unir teoría y práctica para el bienestar y el goce de hombres y mujeres. Responsabilidad y libertad son dos nociones claves sobre las que hay que afirmarse cuando hablamos de comportamientos sexuales. La educación sexual no debe remitirse a la enseñanza de los órganos del aparato reproductor, sino que debe ser más una cátedra de vida y de diálogo entre generaciones, visiones y opciones... es una tarea que corresponde tanto a los adultos como a los jóvenes mismos, y por qué no, a los niños que encarnan las futuras generaciones.
Cada vez parece más difícil la tarea de abordar el tema de la sexualidad con los adolescentes. A pesar de estar metidos de lleno en la era de la información y en un mundo donde los medios masivos se han encargado de descorrer antiguos velos y tabúes, hablar de sexo con ellos sigue siendo un punto de quiebre para padres y maestros. Quizá, precisamente, porque ya no estamos en épocas de silencio, cuando se llegaba con los ojos vendados a las relaciones sexuales y todo alrededor del tema olía a pecado.
Sin embargo, el bombardeo propio de los medios masivos de comunicación ha generado una confusión que en últimas deja a los jóvenes casi en las mismas frente a su sexualidad. Los saberes son tantos y de tantas fuentes que los adolescentes se ven sumergidos en un mar de informaciones diversas y contradictorias sin orientación suficiente para saber por donde empezar a nadar. El colegio, el hogar, la televisión y los amigos se convierten en polos que emiten su versión propia y particular.
Parece ser que son dos los errores más comunes, cometidos por los padres a la hora de abordar el diálogo sobre este tema:
Quizá, uno de los errores más comunes es que los padres siempre ven demasiado pequeños a sus hijos. Demasiado niños para el sexo, para el amor, para las decisiones, para las responsabilidades, para los preservativos... y en el momento de afrontar los embarazos precoces o las enfermedades recae sobre ellos, los padres, un sentimiento de culpa, pues sigue prevaleciendo su actitud de asumir todo por sus hijos. Invariablemente siguen tratando a sus hijos como niños pequeños.
El adolescente, en cambio, se sentirá siempre preparado y listo para lo que sea. En esa necesidad de crecer y obtener el reconocimiento de su adultez se lanzan a asumir responsabilidades que no tienen dimensionadas ni calculadas, es decir de las que no tienen plena conciencia.
La orientación sexual de los hijos no es un asunto que hay que asumir cuando les llega la adolescencia, es un proceso que empieza desde el asumir la sexualidad propia sana y concienzudamente. El proyectar tranquilidad, el eliminar temas tabúes, el dialogar frecuentemente, de tú a tú, no de experimentado a inexperto sobre el tema, es una construcción diaria que debe estar animada por el amor.
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